Gisel era la mujer que todos notaban al entrar en una habitación. No solo por su belleza —de mirada profunda y sonrisa suave— sino por el misterio que la rodeaba. Caminaba como si el mundo le perteneciera, pero hablaba con humildad y dulzura. Decían que su risa curaba tristezas y que su presencia traía calma. Muchos intentaron conquistarla, pero ella esperaba algo más que flores y promesas. Amaba el arte, los libros viejos y los atardeceres en silencio. Gisel era un poema que no todos podían leer, una belleza que iba más allá de lo visible. Y por eso, inolvidable.