El sol se alzaba lentamente sobre el horizonte, iluminando con sus primeros rayos las calles silenciosas del pueblo. Los árboles susurraban al compás del viento, mientras algunas hojas caían suavemente sobre el empedrado. Una bicicleta olvidada descansaba contra una cerca, esperando quizás a su dueño. En la distancia, el canto de un gallo marcaba el inicio de un nuevo día. La brisa traía consigo el aroma a pan recién horneado desde la panadería. Todo parecía en calma, como si el tiempo se hubiera detenido por un momento, regalando a quien lo notara un instante de simple y perfecta paz.